Me topé con el vínculo a este texto en facebook. Podría comentarles un poco y dejárselos para que le den click y lo lean, pero como sé que son una bola de flojos que ni eso hacen, se los posteo íntegro aquí, dejando la opción, como debe ser, de ir al sitio fuente: el blog de Jorge Harmodio.


Quisiera hacer una dedicatoria oficial a todos los moralinos y doble moralistas. Ahora sí, ahi va:

Paso el domingo leyendo periódicos, como no hacía desde hace años. Una lectura bipolar: voy de la indignación, al desconsuelo, al entusiasmo. Me parece importante, por lo pronto, que la sociedad mexicana, que apenas despierta, siga discutiendo sobre su escalofriante situación actual, aunque no comparto todos los argumentos. Por ejemplo, le respondo aquí a Heriberto Yépez, a quien leo con interés, a veces con complicidad, desde hace años, aunque esta vez discrepo de su posición frente a “los intelectuales” que han lanzado la iniciativa sobre la legalización de las drogas (no es una iniciativa ni nueva ni exclusiva de los mal llamados intelectuales, por supuesto, pero a partir de ahí, salta Heriberto). Su artículo apareció en Milenio: http://impreso.milenio.com/node/8944816. Y yo le respondo asÍ:

¿Por qué se droga la gente? ¿Por comodidad? ¿Por hedonismo? ¿Porque busca una percepción distinta de la realidad? ¿Por desesperación? ¿Por soledad? ¿Por nihilismo? ¿Por evasión? ¿Por sensualismo? ¿Por el deseo de un momento estético distinto al de la intolerable normalidad? ¿Porque busca un estado de conciencia superior? Por esas y muchas otras razones que son, en todo caso, decisiones individuales. Una ética de la abstinencia como la que propones es una ética puritana, represiva (controlar el placer), que niega una parte de la naturaleza humana. Bajo esa ética se han prohibido históricamente todos los placeres: desde la masturbación hasta la mariguana. Y como escribe Foucault en Historia de la sexualidad, estigmatizarlos como vicios no hizo que disminuyeran. Todo lo contrario: alimentaron una compulsión masturbatoria.

En su ensayo Contra los no fumadores, el escritor Richard Klein dice: “La represión a menudo asegura que cuando regrese lo reprimido lo haga de manera violenta e hiperbólica. Siempre que lo insalubre es demonizado se vuelve irresistible, acompañado de toda la seducción del vicio y el feroz encanto de lo que no debiera salir a la luz. La censura alienta de manera inevitable la mismísima práctica que se desea inhibir y, por lo común en el intento la vuelve, por ilícita, más peligrosa.” Estamos metidos, pues, en una enorme contradicción provocada por la moral que condena todo lo que no sea renuncia, trabajo, decencia, productividad. Insisto: una moral puritana, la misma que llevó a Estados Unidos a prohibir el alcohol y provocar el crecimiento potencial de la mafia. ¿Por qué la gente tendría que dejar de beber con sus amigos, con sus amantes, para animar una conversación o para hacer el amor en un escenario distinto? ¿O para disfrutar un banquete filosófico? Si en ello no hay un atropello de los derechos de otros, si se hace con responsabilidad, ¿por qué es condenable? Las drogas, el cigarro, el alcohol, forman parte de la cultura y la civilización, y hemos convivido con ellos históricamente, para comulgar con los dioses paganos o cristianos, desde Eleusis hasta Wirikuta, donde habita el dios huichol del peyote. Nuestra relación con estas sustancias debería partir de la indagación personal sobre sus bondades y efectos nocivos, una tarea que han emprendido filósofos como Antonio Escohotado, con un ánimo infinitamente más generoso y lúcido (verdadero generador de conocimiento) que el tuyo, Heriberto, en este artículo donde adoptas un tono de censor, un discurso culpígeno (no tengo derecho a pedir un mundo distinto porque fumo mariguana, no tengo derecho, aunque nunca haya asaltado a nadie ni tenga un monopolio que impide el reparto democrático de las comunicaciones; soy mariguano, soy cómplice del mal, soy víctima del maniqueísmo que ha puesto a esta sustancia en la mirilla de las conductas reprobables, mientras explotar a millones de trabajadores en las maquiladoras en condiciones cercanas a la miseria y la esclavitud, sea legal y hasta contribuya al PIB). Tu artículo no me parece provocador, sino moralino, es decir, conservador. Hace un año que no prendo un churro, pero si lo hiciera, no tendría por qué sentir que estoy, por eso, del lado del “mal”, como no lo hago cuando acompaño mi comida al lado de mi hijo y mi esposo, con una botella de vino tinto. Debería, si quisiera, poder cosechar mariguana en mi casa, bajo el consejo de los conocedores, del mismo modo que debería poder sembrar hortalizas en mi azotea (al casero le parece poco higiénico), para mi autoconsumo. De ese modo, evitaría a los intermediarios, que todo lo encarecen, las adulteraciones, el gasto de combustible, el empleo de químicos y transgénicos, el mercado negro, la especulación inmoderada, la corrupción multimillonaria de funcionarios públicos, policías y empresarios, el lavado de dinero, las ejecuciones violentas, las muertes civiles. En México, en estos momentos, mueren muchas más personas por la guerra contra el narco que por el efecto nocivo que provoca el consumo inmoderado de algunas drogas.

Soy un individuo libre y consciente: dejé de fumar cigarrillos hace diez años, cuando comenzaba a tocar el fondo de las dos cajetillas diarias, para escribir. La nicotina me empezó a parecer mortuoria, me sentía a los 28 años con los pulmones de una anciana. Lo hice por decisión propia, porque comencé a preguntarme de dónde venía mis impulsos autodestructivos. Digo esto, porque estoy convencida, como lo saben todos los ex alcohólicos o ex adictos o ex fumadores, que ninguna disuasión puede venir desde el exterior, mucho menos desde el púlpito o la policía. Sólo puede hacerse desde la conciencia individual, desde el deseo íntimo de hacer el duelo y dejar esa bella aunque sombría (“sublime”, la llama Klein) compañía que es el tabaco o la mariguana o el mezcal antes de escribir, en los momentos de desesperación y desconsuelo, mientras se baila gozosamente en una fiesta, cuando se ha perdido el empleo o se necesita mitigar una ansiedad. Los censores no entienden eso: la libertad individual (mucho menos el placer). El realismo nos exige reconocer que nunca la prohibición ha impedido que la gente se masturbe o se embriague. Todo lo contrario: su persecución fanática sólo ha reforzado la práctica que desea abolir, dando origen a toda una corriente subterránea, ilegal, clandestina que la propicia y hace posible. ¿Por qué se insiste entonces en la censura en lugar de poner en circulación toda la información posible sobre las drogas, sobre sus efectos, su toxicología, su relación con la cultura? Los adolescentes y los niños no estarían a merced de la extorsión, sino que serían acompañados por sus padres y maestros en la posibilidad de conocerse a sí mismos, y aprender a decidir soberanamente sobre su cuerpo. ”Si el interés de los censores -dice de nuevo Klein- no reside en promover subrepticiamente lo que pretenden aborrecer, su objetivo sí es ampliar el poder de vigilancia, intensificar la reglamentación e incrementar el principio del patrullaje en general.”

Las argumentaciones a favor de la legalización de las drogas no son recientes ni se presentan con esa simplificación burda que tú alegas: tienen por lo menos cuarenta años e incluye entre sus defensores a escritores, científicos, filósofos, economistas, estadistas y hasta empresarios, lo mismo liberales que de izquierda, anarquistas y pequeños propietarios. Si desde hace cuarenta años se hubieran atendido esas argumentaciones toda esta pesadilla criminal se habría contenido (como sucedió cuando se legalizó el alcohol en Estados Unidos); si desde entonces la moral puritana hubiera tratado de ver las cosas desde otro punto de vista, no tendríamos por qué renunciar al derecho individual de conocer el mundo por otros medios, ya sean los libros, el internet, el opio o la meditación zen. Pero el narco también es mercado, en su estado salvaje, y su ilegalidad conviene a todo un sistema financiero que se ha dejado penetrar por el lavado de dinero desde hace décadas. Es a ellos a quienes hay que pedirles que dejen el discurso de la doble moral: condenar públicamente al narco y aceptar bajo la mesa, sus dádivas y sobornos.

Sabes, Heriberto, que leo con interés, a veces con complicidad, tus ensayos y artículos desde hace tiempo. Trato aquí de ampliar la discusión y te pido que hagas lo mismo. Es decir, que no acudas a la falacia, la simplificación y, sobre todo, la moral mezquina del policía, para entender un asunto, el de la relación del hombre con las drogas, mucho más complejo y profundo. Acudir al cliché del escritor como mariguano o cocainómano es absurdo. Las arcas millonarias del narco no las alimentan los tres o cuatro poetas de tu barrio, sino millones de personas que forman parte de esta sociedad dopada, deseperanzada. Discutamos sobre eso.

un abrazo,

Vivian Abenshushan

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